Durante años fue el todopoderoso, el papá de los pollitos, la moneda con la que todo el mundo soñaba. Pero hoy el dólar está más bajoneado que tiktoker sin wifi. Y no es por culpa del horóscopo ni del Mercurio retrógrado: es por Donald Trump, que anda manejando la economía de Estados Unidos como si fuera su cuenta de Truth Social (¿qué es eso?). Sin filtro, sin plan y con un poco de: “Ah, ya fue”.
Desde que Trump volvió al sillón presidencial, el dólar ha caído más del 10% frente al euro, la libra y el franco suizo. También se ha desplomado frente a todas las divisas con autoestima. Los inversionistas internacionales están tan nerviosos que prefieren comprar oro, bonos extranjeros o, quién sabe, hasta su panteón anticipado.
¿Y la Casa Blanca? Calladita. Se hacen los locos como si no estuvieran jugando Jenga con la economía global. “Sí, queremos un dólar fuerte”, dicen. Pero en la práctica dejan que se hunda más que la fe de los peruanos por clasificar al Mundial del 2026 (coincidentemente, Estados Unidos es uno de los anfitriones).
Las razones son varias: aranceles sin piedad, presiones para que la Reserva Federal baje los intereses, más impuestos con nombre de “reforma” y un plan fiscal que le mete turbo al déficit público. Resultado: el dólar se va de cara y Estados Unidos queda más endeudado que chibolo con tarjeta de crédito nueva.
Hasta los más entendidos de Wall Street se están jalando los pelos. Algunos predicen que el dólar podría caer otro 10%. Otros ya lo están tratando como activo riesgoso, como si fuera una de esas motos sin placa que ves en una zona picante.
¿Y el resto del mundo? Asustado, pero con su canchita. Porque si el dólar sigue cayendo, medio planeta tiembla. Y si no lo frenan, la cosa se puede poner más fea que pizza fría.
Pero Trump tranquilo. Como si la economía se manejara con tuits y patriotismo. Total, siempre habrá alguien a quien pueda echarle la culpa: China, México, la Fed, los alienígenas. Cualquiera menos él.
Así que ya sabes: si estás esperando que el dólar se recupere, anda comprándote tu velita y agüita de azahar. Porque por ahora, el billete verde está más débil que excusa de taxista para no ir a San Juan de Lurigancho.
Escrito por Rosa Vela